Correr. Correr. Concentrarse. Bajar las escaleras y correr. Llegar lejos, lejos, lejos. Pero el frío… No pensar en el frío. Apretar las manos. No, frotarlas mejor. Pero es difícil frotar las manos y correr. Correr: talvez todavía sea tiempo, talvez, tiempo, talvez.
Pensó que la alcanzaría. Pero este frío…
(…)
Despertó con ganas de llorar, sólo y con ganas de llorar. Después del primer desconcierto (después de voltear la cabeza sobre la almohada caliente y tallarse los ojos hinchados) recordó por qué…
Llorar – pensó - era un acto de relativamente poca complejidad. En su contexto bastaba contraer los músculos y dejarlo brotar. La idea en su mente de ríos de sal escapando de sus lagrimales abiertos le dio asco, y yo no conozco la razón.
Todas esas ideas divergentes del motivo de su llanto le llevaron a tranquilizarse. Se dio cuenta de la utilidad de su distracción que ya antes le había salvado de entender. Entender la Metafísica de las costumbres, el desarrollo de la Revolución Mexicana, la glassnost, y en ocasiones convenientemente la literatura (para él todas las muertes eran como la del principito, un regreso a casa). Perdido en sus ideas vacías y reconfortantes intentó alejarse más del llanto.
Pensó en las partículas del polvo que brillan a la luz. Contó las marcas del mármol en el piso. Intentó recordar a detalle el cuerpo aterciopelado de las abejas que le producía escalofríos. Como pica el pasto mojado a los pies dezcalsos y la sensación de la arena en el traje de baño. Cerró los ojos y buscó entre sus recuerdos más recientes los momentos más intrascendentes.
Horas después (muchas horas), completamente absorto en tanta inconciencia (dicen algunos, pero talvez no) olvidó incluso por qué había empezado a recordar. Pensó en lo afortunado que era de guardar su nombre con tanta certeza porque entre tantos recuerdos podía perderlo. Pensó en María. Se paró de la cama movido por un impulso repentino, sintió el frío y unas ganas incontenibles de correr...
(…)
Quería abrazarla, hablarle sobre las 19 horas que había pasado en su cama pensando en lo ínfimo y olvidando el mundo.
Salió de su casa.- Correr. Correr. No pensar en el frío. - ¿Hacía dónde iba?- María, - intentó recordar – vive más allá del parque, estoy seguro. ¿O no?. – Caminó sin rumbo unos minutos… - ¿Cómo pude olvidarlo?.
Él no lo sabe, pero en olvidar, había olvidado incluso que ELLA ya no lo quería y que el día anterior se lo había dicho con las palabras más tristes, antes de subirse al vagón y verlo hacerse pequeño en la estación del metro en que se despedían cada noche cuando se resignaban a perderse por algunas horas .
Parado en mitad de la calle, sin conciencia de su mundo, sintió los primeros vientos de los que sería una noche helada. Se llevó las manos a la cara y empezó a llorar, lloró toda la noche y todo el día siguiente y el próximo, todo el mes y todo el año y nunca pudo recordar que una vida normal no se vive llorando.
Pensó que la alcanzaría. Pero este frío…
(…)
Despertó con ganas de llorar, sólo y con ganas de llorar. Después del primer desconcierto (después de voltear la cabeza sobre la almohada caliente y tallarse los ojos hinchados) recordó por qué…
Llorar – pensó - era un acto de relativamente poca complejidad. En su contexto bastaba contraer los músculos y dejarlo brotar. La idea en su mente de ríos de sal escapando de sus lagrimales abiertos le dio asco, y yo no conozco la razón.
Todas esas ideas divergentes del motivo de su llanto le llevaron a tranquilizarse. Se dio cuenta de la utilidad de su distracción que ya antes le había salvado de entender. Entender la Metafísica de las costumbres, el desarrollo de la Revolución Mexicana, la glassnost, y en ocasiones convenientemente la literatura (para él todas las muertes eran como la del principito, un regreso a casa). Perdido en sus ideas vacías y reconfortantes intentó alejarse más del llanto.
Pensó en las partículas del polvo que brillan a la luz. Contó las marcas del mármol en el piso. Intentó recordar a detalle el cuerpo aterciopelado de las abejas que le producía escalofríos. Como pica el pasto mojado a los pies dezcalsos y la sensación de la arena en el traje de baño. Cerró los ojos y buscó entre sus recuerdos más recientes los momentos más intrascendentes.
Horas después (muchas horas), completamente absorto en tanta inconciencia (dicen algunos, pero talvez no) olvidó incluso por qué había empezado a recordar. Pensó en lo afortunado que era de guardar su nombre con tanta certeza porque entre tantos recuerdos podía perderlo. Pensó en María. Se paró de la cama movido por un impulso repentino, sintió el frío y unas ganas incontenibles de correr...
(…)
Quería abrazarla, hablarle sobre las 19 horas que había pasado en su cama pensando en lo ínfimo y olvidando el mundo.
Salió de su casa.- Correr. Correr. No pensar en el frío. - ¿Hacía dónde iba?- María, - intentó recordar – vive más allá del parque, estoy seguro. ¿O no?. – Caminó sin rumbo unos minutos… - ¿Cómo pude olvidarlo?.
Él no lo sabe, pero en olvidar, había olvidado incluso que ELLA ya no lo quería y que el día anterior se lo había dicho con las palabras más tristes, antes de subirse al vagón y verlo hacerse pequeño en la estación del metro en que se despedían cada noche cuando se resignaban a perderse por algunas horas .
Parado en mitad de la calle, sin conciencia de su mundo, sintió los primeros vientos de los que sería una noche helada. Se llevó las manos a la cara y empezó a llorar, lloró toda la noche y todo el día siguiente y el próximo, todo el mes y todo el año y nunca pudo recordar que una vida normal no se vive llorando.
Enero, 2005
VDRR
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