2.
La vida la había tratado bien, pero Constanza era demasiado romántica, idealista o perfeccionista para darse cuenta. Siempre quería más, siempre hacía planes que deshacían y anulaban los actuales, siempre buscaba, sólo buscaba, buscaba (como en el poema de Sabines). No era orgullo. Era una especie de orden interior que le hacía saber que la vida podía dar más, que el amor podía dar más, que ella misma podía dar más. Aveces se perdía en aquella búsqueda, y se extraviaba de ella misma, de sus ideales, de su esencia. Pero aquella tarde no fue una de extravío, sino de ganancia, de encuentro. Había encontrado la manera de ser feliz. Y dicen, los románticos como Constanza, que la felicidad es como un golpe a la cara; que no hay un dolor más penetrante que el que uno siente al reconocerla. Irónico. Las horas se deslizaban de su vida con un tinte de nostalgia y añoranza a profundidades recónditas en las que solamente gente como Borges o Mozart habían indagado. Buscaba una vida mejor, y si, en momentos de locura y reflexión, había aceptado estar en busca de la felicidad. Y ahora que tenía la certeza de haberla encontrado, no sabía muy bien cómo actuar, hacia dónde voltear… y pasó la tarde soleada en busca de gotas de lluvia, de sonidos del verano, del olor penetrante a tierra mojada.
La vida la había tratado bien, pero Constanza era demasiado romántica, idealista o perfeccionista para darse cuenta. Siempre quería más, siempre hacía planes que deshacían y anulaban los actuales, siempre buscaba, sólo buscaba, buscaba (como en el poema de Sabines). No era orgullo. Era una especie de orden interior que le hacía saber que la vida podía dar más, que el amor podía dar más, que ella misma podía dar más. Aveces se perdía en aquella búsqueda, y se extraviaba de ella misma, de sus ideales, de su esencia. Pero aquella tarde no fue una de extravío, sino de ganancia, de encuentro. Había encontrado la manera de ser feliz. Y dicen, los románticos como Constanza, que la felicidad es como un golpe a la cara; que no hay un dolor más penetrante que el que uno siente al reconocerla. Irónico. Las horas se deslizaban de su vida con un tinte de nostalgia y añoranza a profundidades recónditas en las que solamente gente como Borges o Mozart habían indagado. Buscaba una vida mejor, y si, en momentos de locura y reflexión, había aceptado estar en busca de la felicidad. Y ahora que tenía la certeza de haberla encontrado, no sabía muy bien cómo actuar, hacia dónde voltear… y pasó la tarde soleada en busca de gotas de lluvia, de sonidos del verano, del olor penetrante a tierra mojada.
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