Thursday, November 03, 2005

Aprendemos de pastiches y un abrazo

Y él, y él se encontraba en un pub, QAF era su nombre, recién lo habia descubierto en High Street. No se encontraba, se había dormido. Un brazo sobre el otro y luego la cabeza encima de la mesa. Y soñaba. Afuera el tráfico, el castillo, los borrachos, el mundo. Y entonces soñó del agua caribeña de tus ojos, la playa, la tranquilidad que infundía el agua, la seguridad, la incertidumbre del peligro y la belleza. Y el panorama cambió. Él se yacía en su cama, con un teléfono en la mano casi dormido y dos lágrimas recién nacidas. Eran las 2 de la mañana, había sido triste y doloroso. Y durmió, y en su sueño rescató la esperanza en el barco de Venus. Cuando él y él se veían a los ojos y se desnudaban el alma en una complicidad secreta sin saber la fuerza, ni su magnitud acaso su dirección un tanto incierta. Y soñó también el mar, era el mismo lugar donde se encontraba en su sueño realidad. Ahora se mecía él; y él en su balance sólo lo contemplaba. Esperaba, esperaba sin saber qué esperar. Allí yacía él, pero despertó.
Eran las 6:00 en Greenwich. Pagó y se encaminó al castillo, Castle Park. Y frente al lago suspiró y pensó. Quizas un abrazo de él. El discman traía una antología creada por él de Cullum y Bublé. Lapiz y papel y una postal del Wivenhoe Park Hotel y escribió.

Ti voglio bene.

Y repasó con su lápiz B2 una y otra vez y sólo pensaba. Posiblemente no pensaba en nada, sólo sabía que hay un lago atrás y un castillo adelante, y que el lago hacia él era inmenso. Pero lo podría cruzar. Sólo si se lo proponía, si en verdad lo consideraba, y así podría llegar al cuadro de Constable. Y así siguió soñando y soñando, y en el sueño lo encontró. Estaba allí en Wivenhoe y lo vió y se acercó a él.
Mientras caminaba a verlo. Él sólo veía su reflejo en el lago. Una niñez que compartió con pocos, un amuleto del futuro, un augurio a lo inesperado, un corazón ardiente que revivió como Fénix. Él se acercaba y sólo borró los deseos de correr y decirle todo, contarse la vida, saberla del otro. ¿En qué estaba pensando él? No lo sabía. Y así …
Así…
Él escuchó mencionar tu nombre. Era uno de esos momentos, para él frecuentes, en que simplemente oía las cosas, y la realidad fluía como si empujaras plastilina líquida a través de un popote; espesa. Pensó en lo inconexa que era tal evocación en aquel cafecillo. Si, aquel nombre, el nombre, finalmente poco más que un vago título, y pensó en todo lo que una simple secuencia de caracteres podía englobar. Nuevamente se dejó arrastrar en la candente corriente de magma que de alguna forma lo hacía fluir. Pensó en todo lo que hicimos, en las tardes de trabajos, aún en nuestra infancia, en lo tiempos en que la vida era poco más que mamar y en que todo era simple y tal vez un poco más divertidos. Se fue a los tiempos en que había futuro, porque tres años eran tanto más que una eternidad. Pensó en los trabajos, en nuestro voluntario enclaustramiento. Pensó también en ti, en lo frágil, en lo simple, en lo infantil que siempre fuiste. [Pensó también en lo impresionante que era como se mantenía caliente su café en esos vasitos] De pronto se percató de lo que había escuchado apenas, y entendió, que finalmente nunca lo dejarás de sorprender. Te vio entonces, mientras tres años fluían como un torrente de agua crispida, clara y acelerada, entendió sobre la amistad y sus secretos, sobre venirse a encontrar a viejos amigos de otros cosmos a un simple café de ciudad. Pensó sobre los que son amigos desde hace siglos. Pensó sobre las coincidencias y sobre lo mucho que te quiere. Te abrazó. Te susurró algo al oído y al fin entendiste.